Cuando no pienso, floto en mi propio ser y me deslizo suavemente por la vida sin preocuparme del tiempo, que va pasando lento y cadencioso, como si no hubiese principio ni final, como si se parasen todos los relojes de la vida porque el pensamiento traspasa mi ventana y se disipa al compás de una lluvia que no moja pero que golpea con fuerza el cristal que recubre mi interior, impidiendo por unos instantes que vuelva a poseer de nuevo un alma corroída por el vicio de la música y el alcohol.
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