Vivo condenado al equilibrio inestable
y la conciencia implacable,
una de dos, inocente o culpable.
Soy prisionero de mis propios alardes
de la herida incurable
que es la ocasión
que aún está por llegarme.
Nunca fuí tan fiero que los perros me ladren
y aunque esquivo de amarre
tengo algo más, algo muy importante,
es mi tesoro, es la prueba palpable
cuando llamo y me abres,
cuando te vas y yo puedo quedarme.
Soy más sincero que un reguero de sangre
que el sabor a vinagre,
por lo demás, ni pequeño ni grande.
Y lo que espero desde aquí en adelante,
es que el cuerpo me aguante,
que no haya más,
que la cera que arde.
Rosendo Mercado.
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