lunes, 28 de noviembre de 2011

ATRAPADO EN LA ZONA VIP


Entre luces de colores, licores de dudosa procedencia y melodías obscenas y crueles creadas a base de bisturís y martillos percutores se encontraba la zona vip. La gente da rienda suelta a sus vicios en la zona vip, ellas vestidas con escuetos vestidos brillantes como las burbujas del champán, se pasean, beben y bailan con desenfreno en la zona vip, contonean sus cuerpos de mimbre mientras los hombres, sentados en las mesas reservadas, llenan una y otra vez sus copas de diseño y miran a sus chicas con la certeza de que el resto de los mortales que hacen lo mismo en la zona no vip nunca podrán poseerlas. La zona vip es como un coto de caza reservado, los hombres vip se relacionan con las mujeres vip, las esperan es sus butacas de cuero blanco a que acaben su danza ritual. Los hombres no bailan en la zona vip, en ese espacio todo está ganado de antemano, no se necesitan alardes para la conquista, el mero hecho de encontrarte en la zona vip ya es suficiente reclamo, simplemente se levantan de vez en cuando para ser vistos desde el más allá donde se roza el resto de la muchedumbre que abarrota el local o para acudir al baño vip donde se realizan todo tipo de necesidades del cuerpo y el alma. La zona vip es un viaje sin retorno, si sales de ella corres el riesgo de que te confundan con alguien a quien te pareces, fuera de la zona vip el camarero no te trata de usted, te pisan, te empujan y se mezclan en el éter fragancias baratas que se entremezclan con el sudor de los cuerpos que no cesan de bailar en movimientos absurdos y ridículos, tu smartphone puede que no tenga 3G y alguien puede derramar su copa en tu americana. Es mejor no abandonar la zona vip, aunque uno no sepa muy bien lo que hace ahí dentro, aunque tengas la certeza de que estarías mejor apoyando tu brazo en la barra pegajosa y sucia de cualquier taberna ruinosa en la que no te deslumbren sus focos multicolor, en la que la música no te machacase los sentidos y nadie te tuviera que decir puede usted pasar, don nadie.


martes, 15 de noviembre de 2011

EL HOMBRE QUE ARRANCÓ UNA OVACIÓN


El hombre que arrancó una ovación, salió de su casa pensando que esa noche iba a ser uno más de los espectadores que llenarían el teatro.
El hombre que arrancó una ovación, cogió el libreto de la ópera y ocupó sin ayuda del amable acomodador su localidad en el primer anfiteatro.
El hombre que arrancó una ovación, apagó su teléfono móvil minutos antes de empezar la función.
El hombre que arrancó una ovación, aplaudió con furza cuando por fin se alzó el telón para que diese comienzo el primer acto de la ópera.
El hombre que arrancó una ovación, siguió con entusiasmo la trama que transcurría entre arias, dúos, tríos y coros sacerdotales.
El hombre que arrancó una ovación, despidió con entusiasmo al reparto al finalizar el primer acto que daba paso a un descanso de quince minutos antes del comienzo del siguiente.

Al abrirse el telón para el comienzo del segundo acto, el público asistente parecía que no tenía demasiadas ganas de aplaudir y estaba a puntito de salir a escena Sarastro y los sacerdotes cuando el hombre que arrancó una ovación comenzó casi imperceptiblemente a batir sus palmas sordas al estilo del compás flamenco hasta que alguien a su lado le secundó en sus intenciones y así por el efecto dominó el teatro entero acabó dando una ovación, que no fue de gala pero, seguro que merecida.

El hombre que arrancó una ovación, se sentía orgulloso en su butaca y lo que al principio eran palmas sordas, al verse secundado por la multitud se convirtieron en sonoros y rotundos palmeos.
El hombre que arrancó una ovación se rompió las manos cuando La Reina de la noche interpreta la famosa y complicada aria en la que ordena a su hija Pamina matar con un puñal a Sarastro.
El hombre que arrancó una ovación, ya no tuvo que arrancar más ovaciones en toda la noche, porque al finalizar la función el público al unísono obsequió con una cerrada ovación al reparto entero.
El hombre que arrancó una ovación, volvió feliz y satisfecho a su hogar porque esa noche él también interpretó de alguna manera la Flauta Mágica.

martes, 8 de noviembre de 2011

LOS INDECISOS

Los indecisos, caminan por la vida con prudencia, no saben qué dirección coger al llegar a un cruce de caminos. Su vida transcurre entre referendums personales, el café solo o con leche, el traje gris marengo o el azul marino, bajo a la calle en ascensor o por las escaleras y lo que más quebraderos de cabeza les da a la hora de abandonar el hogar, coger el paraguas o no.

Los indecisos malgastan su valioso tiempo en resolver guerrillas internas, si juntásemos todo el tiempo que emplean los indecisos en tomar sus decisiones, comprobaríamos como los indecisos, de media, desaprovechan varios años enteros de su vida debatiendo consigo mismos, si a esto añadimos el desgaste físico y mental del estrés que supone ese continuo come come interior de navegar siempre entre dos aguas y no saber hacia que orilla nadar, llegaremos a la conclusión de que la esperanza de vida del indeciso tiende a ser más corta que la del decidido, aunque estos datos creo que no son demasiado fiables ya que debido a mi experiencia personal puedo afirmar que para llegar a ser decidido uno tiene que ser capaz de chocar muchas veces contra el mismo muro, pero bueno con decisión y coraje se puede lograr tirarlo.

Ayer sin ir más lejos me encontré por la calle con un indeciso. Estuvimos hablando de nuestras cosas y le propuse entrar a un bar a tomar un vino. -A cual vamos. Me dijo. -Al que tú quieras. Le contesté. Comenzó a caminar, yo pensé que entraríamos en uno de los dos que teníamos en esa misma calle y que nos quedaban a mano, pero el indeciso pasó de largo y mientras andábamos me iba contando que había un par de bares por la zona que servían buenos caldos. Una vez llegó al sitio en cuestión se quedó unos segundos dubitativo hasta que se decidió y me dijo: - vamos a entrar a este a ver si te gusta. La verdad que el local en cuestión era acogedor, decorado en madera con el suelo de tarima vieja restaurado, estanterías llenas de libros antiguos, las paredes decoradas con fotos históricas de diversos temas, fútbol, jazz, boxeo, flamenco, toros... La barra era una delicia, con sus apetecibles pinchos de increíble elaboración y sus vitrinas perfectamente alineadas y repletas de los vinos de las mejores marcas y añadas posibles. - Está bien esto. Le dije al indeciso. - Si, lo he descubierto hace poco. Me respondió.
Pronto se acercó el camarero a preguntarnos lo que deseábamos tomar. -Dos vinos, me apresuré a decir. -¿Crianza? preguntó este. Y mi amigo el indeciso intervino: -¿Qué tienes?
El camarero le dio varios nombres y para finalizar le recomendó un Alcantelle del 94 excelente y a muy buen precio. Mi amigo el indeciso me miró, me encogí de hombros y se volvió hacia el camareo para decirle: -Pues ése va a ser. ¡Cómo estaba el vino!

lunes, 7 de noviembre de 2011

LAS SEÑALES


Quizás las señales no fuesen lo suficientemente claras para mi capacidad de interpretación, pero debo admitir que yo las veía o al menos las creía ver. Veía volar sobre mi cabeza aves rapaces, las veía perseguir sus presas en vuelos fraticidas y las veía planear por valles y montañas en busca de cobijo migratorio. Quizás esas no fuesen las señales, pero yo me imaginaba que aquellos seres me querían decir algo, que aquellos arabescos imaginarios que dibujaban en el cielo formaban parte de un mensaje secreto, de un pentagrama oculto que yo debía descifrar.

Es difícil empezar de nuevo a los cuarenta. A esa edad, uno ya debería de haber cogido suficiente altura como para ser capaz de posarse en tierra sin necesidad de batir sus alas y no volver a caer en las redes traidoras que te deja el destino. Yo debería ver las señales, pero no las veo y me vuelvo a enredar una y otra vez en un bucle maldito que me hace regresar al mismo punto de partida.

Quizás las señales no viniesen del cielo y el equivocado era yo, todo el día mirando hacia las alturas cuando el problema se encontraba a ras de suelo, siempre con pájaros subversivos sobre el pensamiento mientras los ojos y la voluntad permanecían tapados por la venda de la sumisión total.

Quizás la señal era yo encerrado en una jaula sin rejas, posado en mi balancín de hojalata, viendo venir la vida y viendo a la vez como se va con su movimiento pendular. La señal era unas alas atrofiadas de no utilizarlas. La señal era un pozal de alpiste y otro de agua nunca llenos pero tampoco vacíos. La señal era una garganta sin trinos, por miedo a molestar. La señal era una pluma caída en el tiempo. La señal era la inmensidad, la señal era las barreras invisibles que cada uno somos capaces de ponernos, la señal era la cantidad de errores que tenemos que cometer en nuestra vida hasta darnos cuenta de que el camino no es el correcto. La señal era volar, cuanto más alto mejor y no permanecer preso en una jaula de oro. La señal era que si uno no es capaz de salir de la jaula alguien lo hará en tu lugar. La señal la acabo de comprender y aunque ha sido duro llegar hasta este punto, doy por bueno el sufrimiento si por fin soy capaz de asimilar las señales y salir de esa jaula imaginaria y volar, volar alto y al fin poder planear por la vida y dibujar arabescos con mis alas y escribir mensajes ocultos para que alguien al mirar hacia el cielo, se dé cuenta, que para encontrar la solución hay que mirar única y exclusivamente hacia adentro de uno mismo.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

REALIDAD DISTORSIONADA


La realidad, en ocasiones se contempla y se aprecia mejor cuando se distorsiona, cuando aparecen elementos externos que hacen que lo que nuestros sentidos perciben no tenga nada que ver con la cruda realidad. La cruda realidad la vemos todos los días y a todas horas, la vemos pasar al ir al trabajo, al pasear, al ver las noticias, todos los días, a todas horas, siempre lo mismo, la cruda realidad convive con nuestro ser, con nuestra familia, con nuestros amigos y pasa y pasa y sigue pasando, todos los días y a todas horas, por eso la cruda realidad forma parte de nuestro universo sensorial, de nuestra rutina diaria. Las imágenes son las mismas en nuestras retinas, las melodías se repiten uniformes en nuestro cerebro, los sabores se vuelven imperceptibles para nuestro paladar, los abrazos resbalan por la piel intacta de sentimientos, las fragancias se hacen invisibles a nuestro olfato y la belleza de todo aquello que nos rodea se convierte en parte del decorado por el que transitamos metódicamente todos los días y a todas horas.

La realidad distorsionada puede empezar en una discusión, en un desengaño, en una ruptura, en un cerrar los ojos para ver, un olvidar lo aprendido para aprender de nuevo a contemplar la luminosa oscuridad que a veces nos rodea sin que nosotros seamos capaces de percibirlo. Con la vida sin luz, sin sonidos exteriores, despiertos pero soñando, soñando una realidad que existe a tan solo unos milímetros de nuestros poros y que apenas somos capaces de palparla cada día y a cada hora. Con los ojos cerrados y la vida abierta de par en par, como en una eterna y delirante jam-sesion, improvisando cada día y a cada hora como si cada momento vivido representase una nueva melodía y cada uno de nosotros interpretase la suya atravesando el cable de un funambulista, sintiendo el miedo a caer, pero convencidos de que es màs bello el momento que la eternidad.

Por eso la realidad distorsionada nos aterra, por eso nos refugiamos en la comodidad de ver pasar la vida desde nuestra mullida atalaya, de no arriesgar lo mucho o lo poco que tenemos, de conformarnos con ir todos los días al trabajo, con la que está cayendo, con contemplar los mismos paisajes, con recibir los mismos abrazos o con escuchar una misma melodía cada año, cada día y a cada hora.

Hoy toca distorsionarse, yo con Wiski , tú con Ron, a la mierda el Vozka. Hoy toca sentir los abrazos hasta que se erice el vello, apreciar el aroma de una vida que nos envuelve en sus almizclares, convertir las angustias en alivios y las fatigas en poder. Hoy toca coger el rebaño o coger los instrumentos y echarnos a la calle a interpretar las melodías distorsionadas que brotan de lo profundo del alma, que bajan del cielo al infierno y que se convierten, ya en la tierra, en infinitos standars de una jam-sesion eterna y delirante en la que todos somos una verdadera realidad distorsionada.